tag:blogger.com,1999:blog-25469376644178553652024-03-13T04:10:55.670-07:00Cartón de Vino MaloCuando cerré el cubo de basura, me tomé el vino malo y escribí estos relatos...José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comBlogger11125tag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-83673094259837552022007-08-08T19:09:00.000-07:002007-08-08T19:20:49.676-07:00Más vale maña que... tener pistola<span style="font-style: italic;">Relato un asalto sufrido recientemente en la colonia Roma. </span><span style="font-style: italic;">Forma parte de una historia, contada por los 5 que vivimos el robo, que aparece publicada conjuntamente en la revista Generación.</span> <span style="font-style: italic;">Esta es, por tanto, mi versión de lo sucedido...<br /></span><p class="MsoNormal">En esta historia de asaltos elijo no ser la víctima; voy a ser el policía, es decir, el ladrón. La verdad es que me apetece, al menos por un rato, sostener la pistola. Tiene la ventaja de que puedo explicar con mis propias palabras lo que sucedió, pues no dejo de ser yo mismo. Además, como me convierto en un personaje muy simple, ocuparé pocas líneas en describirme. Tan sólo voy a contar que mi infancia transcurrió en una casa pequeña, bonita y limpia. Mis padres tenían un puesto de dulces y se las ingeniaron bastante bien para que no les faltase de nada a sus cinco hijos (no puedo entender cómo lo consiguieron, debo confesar que es un gran misterio para mí). Tengo un hermano que se hizo economista, otro maneja un taxi y los dos mayores regentan un negocio de abarrotes. Yo no lo tuve tan sencillo. Los estudios no se me daban bien. No es culpa mía, no sirvo para eso. Lo mío siempre fue la calle. Me gusta chupar y me gustan las mujeres. No puedo ir contra mi naturaleza. Desde chico se me hizo fácil asaltar. Soy un tipo fuerte y con la cabeza rapada impongo mucho. Pasaba el tiempo haciendo pequeños robos en la colonia. No tardé en descubrir que los que de verdad manejan dinero en éste negocio son los policías. Las pruebas de admisión me parecieron casi tan fáciles como robar. Así que por supuesto, me hice policía.</p> <p class="MsoNormal">Tengo el turno de tarde patrullando, y el de noche asaltando. Como policía saco muy poco dinero extorsionando. Hay una cadena de mando. Yo tengo que darles a los de arriba y ellos a los de más arriba. Casi no me queda nada. Por eso me alié con otros compañeros para asaltar en nuestro tiempo libre. Nos ha estado yendo muy bien. Sin contratiempos. Hasta aquella noche. No sé qué sucedió, la verdad, ni quiénes eran esos tipos. Todo iba bien. Seguíamos el patrón establecido. Primero, los policías en servicio, que patrullaban por una calle oscura y poco transitada, nos avisaron de unas víctimas fáciles. Es muy importante contar con el apoyo de éstos compañeros para que nadie desbarate la operación (además de que no les gustaría enterarse de que habíamos actuado en su zona sin advertirles y, sobretodo, sin darles una parte del dinero). Según nos informaron, se trataba de un grupo de oficinistas que, deducían ellos, habían salido a cenar después del trabajo, acabando bien pedos. Facilísimo, como me gustan a mí las cosas. Los interceptaríamos a la altura del parque. Llegamos rápido y nos escondimos detrás de una esquina, atentos a sus movimientos. Estábamos debajo de una farola, pero como alumbran tan poco, era imposible que nos descubriesen. Cuando escuché sus risas a unos pasos me planté frente a ellos, enseñé la pistola y corté cartucho, para que no tuvieran dudas de que estaba cargada. Mi compañero rebuscaba en los bolsillos de los tres primeros, dos hombres y una mujer, mientras esperábamos tranquilos a que llegara el resto. La pistola brillaba y ellos no se resistían. Igual que en decenas de asaltos anteriores. De repente, alguien empezó a gritar como loco, llamando a la policía y corriendo por la calle. Es típico, no se había dado cuenta ni de que llevábamos pistola ni de que nosotros éramos los policías. Me lancé veloz a por él, con la idea de apuntarle a la cabeza para que se dejase de tonterías. Sólo un susto. Siendo policías, no nos convienen los muertos. En ese momento me di cuenta de que eran dos los que gritaban. Las sombras de la calle me habían impedido ver correctamente. No importa cuántos fuesen, una pistola acobarda a cientos. Pero sucedió algo insólito. No puedo entenderlo todavía. Parece que éste tipo, por el celular, tenía contacto con una unidad de policía. O quizá no fuera eso. Quizá se comunicase con sus guaruras. Nos habían informado mal. Estos tipos no eran oficinistas. No sé quiénes eran. Seguramente gente importante. Uno nunca sabe en esta ciudad. Y sucedió todo tan rápido. No tuve tiempo de pensar bien. Él se alejaba, gritando por el teléfono, sus guaruras venían en coche (imagino que en una camioneta negra). Ya estaban cerca. Miré por todos lados, pero no alcancé a verlos. Estaba nervioso. Ese tipo les decía que entraran en dirección contraria, que ya nos tenían. Mis compañeros, que esperaban en nuestro viejo coche con el motor en marcha, también estaban nerviosos. Me hacían señas para que nos largáramos. Salí corriendo y me metí de un salto en el asiento trasero. Pisamos el acelerador, quemando ruedas, con la pistola en la mano, pensando que esta vez no podría hacerse un asalto limpio. Ninguno sabíamos con qué íbamos a encontrarnos de frente. Atravesábamos las calles a toda velocidad. Nada se cruzó con nosotros. Mejor, mucho mejor. La mano me temblaba. No quería disparar contra nadie. Y menos contra guaruras entrenados. Los asaltos han de ser fáciles, a grupos pequeños no armados. Así me gustan las cosas. Cualquier otra posibilidad no tiene sentido para mí. Por suerte ya nos alejábamos. Poco a poco iba tranquilizándome. No sé que sucedió aquella noche ni quiénes eran esos tipos, pero tuve la sensación de que nos habíamos librado de una buena. Debemos tener más cuidado la próxima vez. Uno no puede confiarse. Hay demasiada gente loca y peligrosa en esta ciudad.</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-78072498680934096792007-07-27T15:55:00.000-07:002007-07-27T15:57:03.413-07:00Un ensayo musical...<p class="MsoNormal">tú tú ¡Tú! Una visión confusa en la noche. Y tú. Camino por el frío callejón, sin levantar sospechas, nadie acecha. Mi pensamiento estancado. A mi lado, dos gotas sobre un charco hacen un sonido espaciado, descarado, despistado. TÚ. Ruido de tacones, un eco que retumba; pareciera que se van acercando. Eres tú, Tú. Un encuentro inesperado, extasiado. Sólo puedes ser tú. La respiración congelada, la vida parada. Doy un giro emocionado, todo se mueve conmigo, a cámara lenta. Pero no hay nadie detrás de mí. Ni los tacones, ni el eco de un susurro, arrebatado, robado, atravesado. Sin ti. Nadie más que Tú. Las manos en los bolsillos, continuo mi camino desahuciado, despistado, desesperado. Eras tú. Nadie más que tú y tú. Sólo podías ser tú…</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-19379519833663242322007-07-02T21:17:00.000-07:002007-07-02T21:21:46.885-07:00Mi querida Steffy,<p class="MsoNormal"> </p><p class="MsoNormal">Si tuviera una guitarra, no sonaría como ésta carta. Sería más parecida al viento sobre la arena del desierto, a ras de suelo, potente, un susurro muy potente. Con eso bastaría para que me entendieras, y no tendría que estar poniendo tantas letras una detrás de otra, que no dicen nada; frases largas que no tienen otro valor que darte a entender que te amo, que no me importa el pasado porque te amo. Como una maldita balada, como esas asquerosas y facilonas canciones románticas. Te amo, dos palabras que suenan tan huecas, tan vacías, sin música ni entonación ahora que las lees. Quedarían mejor si tuviera una guitarra. Tocaría una canción llena de silencio, un chasquido con los dedos, lento, tran, tran, más lento, mucho más lento; para que entendieras, para que supieras que te amo. Sin estribillo, sin estrofas, sólo música al viento, deformando los sonidos; dos acordes para expresar dos palabras definitivas; que llegarían como un suspiro. Y tú sabrías que te amo. Pero no tengo una guitarra, ni tu estás cerca, y sé que mis palabras jamás llegarán a ti; se quedarán desparramadas en el viento y la sordera de éstas letras, que ya no dicen nada. </p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-75982525053562698382007-06-27T16:57:00.000-07:002007-07-02T21:21:20.443-07:00Qué me va a importar<p class="MsoNormal">No me importa ni lo más mínimo. Nunca la quise. Estuve con ella sólo por diversión. Bueno, ya sabes a lo que me refiero, había sido bailarina y tenía ese cuerpo delgado y flexible. Y vaya si le gustaba mostrarlo. Cada viernes me esperaba en la puerta del Barfly con una falda cortísima. Yo me acercaba despacio, recorriendo sus piernas descubiertas, la curva del gemelo, el tobillo desnudo hasta la tira del zapato de tacón. Siempre me daba un beso en el cuello, muy suave. Era muy tierna en todo lo que hacía. Por ejemplo, una vez que me apretaba la mano ya no la soltaba en toda la noche. Increíble. Ni para beber de la jarra de cerveza. Jugábamos a servirnos en los vasos sin soltarnos de las manos. Era muy divertido, sobretodo cuando ya estábamos borrachos. Imagínate, pasábamos horas riendo por esa tontería. Y bueno, hablando, era lo que más hacíamos. Ella tenía muchos sueños, demasiados. Estaba inconforme con cualquier cosa, pero sobretodo con la universidad. No le gustaban los maestros, a nadie le gustan le decía yo, aunque no la convencía. Para ella eso era un tema muy importante. Quería hacer algo grande en la vida, no sé muy bien qué, nunca presté mucha atención a sus historias locas. Me parecían chiquilladas. Prefería concentrarme en su sonrisa de labios brillantes, que no paraban de moverse, arriba y abajo. No era malo aquello… Así que puedes comprobarlo por mis palabras. Estuve con ella sólo por diversión. Esa es la verdad. Tengo montones de mujeres. No me importa ni lo más mínimo que se haya marchado con el tipo ese.</p><p class="MsoNormal"> </p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-78338298899986071192007-05-19T12:09:00.000-07:002007-05-28T11:48:19.370-07:00Las Hojas de los DesaparecidosFue Don Fulgencio quien encontró el cadáver. En los albores del 2 de agosto, mientras realizaba su acostumbrado paseo matinal, dobló la esquina del callejón y se topó con el brillo del amanecer sobre el espejo triturado de un pointer color plata, el olor humeante de las llantas, y la cara ensangrentada, rígida, con un agujero de bala entre los pliegues de la frente. Lo repentino de una escena para la que nadie puede estar preparado, atravesó las pupilas Don Fulgencio con la velocidad de un escalofrío. Pequeñas gotas de sudor cubrieron su cara, la respiración congelada, abría la boca luchando por no desmayarse. Durante los más de 60 años que llevaba viviendo en <st1:personname productid="la Ciudad" st="on">la Ciudad</st1:personname> de México, jamás había presenciado un acto de violencia semejante. Sin embargo, no tardó en recuperarse del susto. Las emociones que experimentó seguidamente pudieran parecerle al lector de naturaleza extraña, pero el que escribe las ha anotado en, por lo menos, una docena de casos similares. Apoyado contra la pared del callejón, secándose la frente con el pañuelo que solía guardar en el bolsillo interior de su saco, Don Fulgencio comenzó a<span style=""> </span>sentirse inquieto. Ya se había acostumbrando a la escena y no tenía reparos en mirar directamente al muerto. ¿Y si me acerco un poco más?, pensaba, “sólo unos pasos, para verlo mejor”. La curiosidad; defecto para unos, facultad primordial del ser humano para otros; se apoderó de él. Es una fuerza intensa. Sin reflexionar sobre lo que estaba haciendo, dejándose llevar por la excitación del momento, fue aproximándose a la víctima. El cuerpo yacía tendido sobre el capó del coche, los pantalones ennegrecidos y hechos jirones, y la camisa blanca desabotonada, dejando ver las costillas y el torso. Le sorprendió comprobar que la piel no había perdido el tono moreno, elástico, joven. La expresión de la cara, con el ceño fruncido y la boca curvada en una mueca de desagrado, parecía conservar un rastro de vida; como si la personalidad del fallecido no muriera con él, al contrario, quedara suspendida en el aire en un rictus de eternidad. Si no fuese por los mechones de pelo que colgaban sobre la frente, mezclados con la sangre en una masa amorfa, Don Fulgencio habría jurado que seguía vivo. <p class="MsoNormal"> Lo que sucedió a continuación es quizá lo más sorprendente del caso. Sobre la que podría llamarse región más magullada, <st1:personname productid="la Ciudad" st="on">la Ciudad</st1:personname> de México, se precipitan cada día miles de hojas mecanografiadas. Calientes aún de la copiadora, van empapelando cada poste y farola de la ciudad. Son las hojas de los desaparecidos; una foto en blanco y negro con una breve descripción; una súplica lanzada al aire por los familiares, en una ciudad que no reconoce a sus hijos. Los casos más espeluznantes comienzan en nuestra colonia, a la vuelta de la esquina, pero ya estamos tan acostumbrados a ello que caminamos sobre esos avisos ignorándolos, sin importarnos la tragedia que contienen. No será hasta que encontremos esas mismas caras en la portada de algún periódico de nota roja; ensangrentadas, a todo color y con grandes titulares de fondo; en que reparemos en lo terrible del caso, iluminando nuestra oscura conciencia.</p> <p class="MsoNormal"> La foto que la familia de Javier Casado Rojas había distribuido por la colonia era una vulgar copia en tonos negros, sin expresividad alguna. Sin embargo, Don Fulgencio no tuvo problema en reconocer en ella al muerto. Y es que coleccionar las hojas de los desaparecidos se había convertido en su pasatiempo favorito. No era capaz de recordar el momento preciso en el que comenzó a arrancarlas de los postes y a archivarlas en carpetas. En la lentitud de los días que sucedieron a su temprana jubilación, todo parecía confuso, borroso. Se trataba, quizá, de una actividad en la que ocupar su tiempo, una forma de resistencia contra la decepción y el desánimo. Lo cierto es que los ficheros, clasificados por orden alfabético, ocupaban cada vez más espacio en el pequeño salón de su casa. Y los días iban recuperando su entusiasmo. Ya no transcurrían iguales unos de otros, pasaron a tener un cometido. Aquella extraña actividad le devolvió la ilusión, aportando un poco de energía a su desgastado corazón. Un contacto directo con la vida a través de la muerte. Para cada hoja, realizaba un detallado seguimiento en periódicos hasta que daba con la nota que ponía fin al caso. Entonces la recortaba y la guardaba junto al aviso de la desaparición. Siguiendo este esquema, dividió su archivo en tres grandes secciones: asesinados, secuestrados y no resueltos. En esta última podían verse los nombres de más de 50 personas, y, entre ellos, la de Javo, apodo por el que solían llamar la familia y amigos al fallecido de aquella mañana. La historia daba así uno de los giros más interesantes, que estuvo a punto de suponer la resolución satisfactoria del caso.<br /></p> <p class="MsoNormal"> Podrán imaginar la emoción que sintió Don Fulgencio al constatar la identidad del cadáver. Tantos años recopilando información y era la primera vez que se topaba con una de las víctimas. Todavía entre el humo de la tragedia, a unos pasos del cuerpo, las manos le temblaban y un hormigueo en el estómago le impedía respirar con normalidad. En toda su vida, no era capaz de recordar un momento en el que se sintiera más vivo, más feliz. Quizá tan sólo aquella vez, cuando era niño, y estrechó la mano de El Santo en la visita que éste hizo a su colonia. Estuvo varios minutos sin mover un solo músculo, saboreando su pequeño momento de éxtasis. Pero como todo lo bueno se acaba, poco a poco fue recuperando la serenidad. Y entonces supo con claridad lo que debía hacer. Se dirigió a su casa a paso ligero, casi corriendo. Abrió la puerta con la energía propia de la prisa y se dirigió a su fichero especial. Encontró la hoja que buscaba, con el número de teléfono de los familiares en el borde inferior. Descolgó el auricular y marcó a la velocidad que su tembloroso pulso le permitía. Si la familia se enteraba de la desgracia antes que la policía, quizá tuvieran una oportunidad de descubrir al asesino. Algo que había aprendido es que, de no ser así, los trámites burocráticos, la corrupción y, quién sabe, la hipotética intervención de algún policía en los hechos, desbarataría cualquier posibilidad. El tono de llamada sonando y nadie contesta al otro lado de la línea. Se impacienta, farfullando alguna frase incomprensible. Cuelga y marca de nuevo. Aquella vez sí que respondieron.</p><p class="MsoNormal"> Fue la llamada más difícil en la larga y accidentada vida de Don Fulgencio. Al escuchar el tono de una mujer al otro lado del teléfono, se quedó paralizado. Los acontecimientos se habían sucedido a tal velocidad, que no tuvo tiempo para reflexionar sobre cómo contarle a los familiares lo sucedido. En el vértigo del momento, imágenes de ropajes negros, las lágrimas y la desesperación se mezclaron con su lengua de trapo. Hizo un esfuerzo por serenarse y, justo cuando la mujer ya no esperaba oír la voz de nadie, escuchó la simple y directa frase que con tanto miedo había esperado: “tengo una noticia referente a la desaparición de Javier Casado Rojas”. La mujer se echó a llorar inmediatamente, cayendo el auricular con un ruido compacto. Después de unos instantes de desconcierto, sonó la voz de un hombre; quizá el hermano de la víctima, quizá el padre, Don Fulgencio no podía saberlo; pero le contó todo lo que había descubierto, aclarándole que debía prepararse para la violencia de la escena. Cuando terminó, la línea quedó vacía, sólo el rumor de una respiración agitada recorría ambos extremos. Después de unos segundos eternos, la voz del hombre dio las gracias, masculló una recompensa, rápidamente rechazada por Don Fulgencio –¿no era suficiente perder a un familiar, si no que encima se debía pagar un dinero por ello?-, escuchándose de nuevo un “gracias” que se quedó colgado al auricular como un eco lejano que se resiste a desaparecer. </p> <p class="MsoNormal">Hasta aquí llegan los hechos probados, lo que sigue no es más que una conjetura realizada por éste reportero. La familia de Javier Casado Rojas a penas tuvo unos minutos para visitar la escena, ya que a esas alturas de la mañana, otros vecinos del lugar habían descubierto el crimen, reportándolo a la policía. Hemos comprobado que los familiares no presentaron denuncia y que no quisieron colaborar con los agentes de la ley ni en los interrogatorios, ni facilitando sospechosos. Parece fácil deducir que, en ese corto espacio de tiempo, descubrieron alguna pista que relacionaron con el asesino. O eso le gusta pensar a Don Fulgencio. Desde aquel suceso, los días han transcurrido para él con especial sosiego. La cara relajada, la mirada satisfecha, parece haber cumplido una misión para la que se hubiera estado preparando toda la vida. En llamada telefónica realizada para confirmar cada punto de esta historia, nos confesó que tenía la intención de seguir coleccionando las hojas de los desaparecidos, aunque fuera únicamente para conservar la memoria de la tragedia. Un acto de valentía que le honra. Confío en que muchos de nuestros lectores se animen a seguir su ejemplo que, en esta región de injusticias, fragmentada moral y socialmente, se hace tan necesario. Se requieren más héroes para esta tierra de villanos. </p> <p class="MsoNormal">Seguiremos informando.</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-48564111179849402682007-05-08T21:26:00.000-07:002007-07-02T21:12:38.515-07:00La Estrategia<p class="MsoNormal"> </p><p class="MsoNormal">Tengo a ésta chica a un lado de la cama, todavía desnuda, y no se marcha… Hace ya un buen rato que no respondo a las preguntas que me hace. Llevo como mil horas mudo. Es la última táctica que he adoptado para que se de cuenta de que no quiero que esté más tiempo aquí acostada. Ni en mi habitación, claro. Ni tampoco merodeando por mi casa. Que se largue, vaya. Reconozco que ha estado bien por un rato. Bueno no, para qué miento, ha sido una mierda. Los primeros besos estuvieron güay, pero el polvo ha sido horrible. Quiero decir, para mucha gente hubiera estado bien, o, por lo menos, no tan mal. Para mi ha sido horrible. No se puede comparar a los polvos que echaba con… Joder, ya estoy pensando otra vez en Paola. Mierda, mierda y mierda. Se suponía que tirarme a otras mujeres haría que la olvidara. Vaya asco de estrategia, me siento peor. Y esta tía sigue hablando. Haga lo que haga no se marcha. Echo en falta la mirada tranquila. La sensación de plenitud en el pecho, de total satisfacción. Un brazo reposando sobre el otro… Parece que no funciona mi estrategia. No, nada funciona…</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-23341467416116003152007-05-05T18:16:00.000-07:002007-05-08T20:43:02.816-07:00Es un idiota<p class="MsoNormal" style="text-align: right;" align="right"><span style="font-size: 11pt; font-family: "Comic Sans MS"; color: black;" lang="EN-GB">”Went to the doctor”<br /><span style=""> </span><b style="">Nothing Compares to You</b></span><br /><i style=""><span style="font-size: 11pt; font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Sidnead O’connor</span></i><span style="font-size: 11pt; font-family: "Comic Sans MS"; color: black;"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Me llevaron al doctor. Fue una idiotez, yo no quería ir, pero apareció papá a la salida de la escuela y no pude negarme. Al principio me alegré de verlo, ya sabes, desde el divorcio viene poco por casa. Sin embargo él ni me saludó, se quedó allí parado mirándome muy fijamente. Dijo que estaba preocupado por mí y que iba a llevarme a la consulta del doctor que le había ayudado con la separación. Suspiré, no me atraía la idea de pasar la tarde hablando de Berta, pero ya conoces a papá, no hubiera servido de nada resistirse. Me senté en el asiento delantero de su coche y ajusté el cinturón de seguridad sobre mi pecho.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Me sorprendió lo joven que era el doctor, con la cara tan morena y bien afeitada. Además, no llevaba bata, como suelen hacer los doctores, si no una camisa blanca remangada hasta los codos. A pesar de las apariencias, tampoco entendía nada. Me soltó el rollo de siempre, ya sabes, que soy muy joven para enamorarme, que salga a divertirme, que no tiene sentido estar deprimido por una mujer. Me aburren tanto esas charlas que le corté.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt;"><!--[if !supportLists]--><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;"><span style=""> -<span style="font-family: "Times New Roman"; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; font-size: 7pt; line-height: normal; font-size-adjust: none; font-stretch: normal;"> </span></span></span><!--[endif]--><!--[if !supportLists]--><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">No estoy deprimido.<br /><span style="">-<span style="font-family: "Times New Roman"; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; font-size: 7pt; line-height: normal; font-size-adjust: none; font-stretch: normal;"> </span></span></span><!--[endif]--><!--[if !supportLists]--><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Tu padre dice…<br /><span style="">-<span style="font-family: "Times New Roman"; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; font-size: 7pt; line-height: normal; font-size-adjust: none; font-stretch: normal;"> </span></span></span><!--[endif]--><!--[if !supportLists]--><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Mi padre hace meses que no viene por casa.<br /><span style="">-<span style="font-family: "Times New Roman"; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; font-size: 7pt; line-height: normal; font-size-adjust: none; font-stretch: normal;"> </span></span></span><!--[endif]--><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;">Bueno, sí, -se enderezó sobre la silla- necesita separarse un tiempo de tu madre, para estar más tranquilo, para sentirse mejor.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-family: "Comic Sans MS"; color: black;"><o:p> </o:p>¿Puedes creerlo, hermana? Aquello sí que no lo esperaba. Solté un bufido y aparté la cara de su mirada. El doctor intentó algunas frases, yo sólo pensaba en largarme, no quería perder más tiempo con él. Alguien que recomendó a papá separarse de nosotros jamás llegaría a entender que Berta era única, que no podré sustituirla por nada; que me encantaba observarla frente al espejo, las piernas largas, la piel brillante de su espalda, mientras se pintaba los labios con ese color cereza que me gustaba tanto. Cómo explicarle que me hacía sentir como un niño lamiendo una paleta enorme… Así que me largué de la consulta volteando la puerta con todas mis fuerzas. Di un portazo muy ruidoso, y la verdad es que me sentí genial haciéndolo. Fue lo mejor del día.<o:p></o:p></span></p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-10747132398767586072007-03-29T13:41:00.001-07:002007-05-05T18:14:33.196-07:00Envenenaron mis Sueños<p class="MsoNormal" style="text-align: right;" align="right"><span style="" lang="EN-GB">“Somebody put something in my drink” – <i style="">The</i> <i style="">Ramones</i>.<o:p></o:p></span></p><span style="" lang="EN-GB"><o:p></o:p></span>Alguien le echó algo a mis sueños. Estaba despistado, lo reconozco, miraba la televisión cuando dejó caer sus gotas de veneno y removió la mezcla. No tenía color, ni olor, así que dime, ¿cómo podría haberlo notado? Lo bebí sin sospechar nada. Ni siquiera me percaté de lo que sucedía cuando escuché a mi mujer anunciar que se iba a vivir con otro tipo, que había descuidado su cariño, que era culpa mía. Sentado en la mesa blanca de la cocina, tomé un sorbo de mi whisky con hielos, sin rechistar. Tampoco recelé meses después, cuando el jefe me notificó que había un recorte en la empresa y que, como mi rendimiento había bajado mucho últimamente, era normal que me despidieran. Deambulaba con un periódico en la mano, de dirección subrayada a despacho sin oportunidades de empleo para un viejo de 38 años como yo. Hasta que me senté en la oscuridad de neón de esta barra, observando mi rostro ojeroso y cansado en el espejo que tenía delante. Rememoré las ilusiones creadas en la universidad, las horas y fines de semana dedicados a ascender en la empresa, una casa grande para tener contenta a mi mujer, un coche nuevo cada dos años. Todo iba correctamente, tal y como debía de ir. Mis sueños eran como los de la mayoría y yo lo estaba haciendo tan bien como cualquiera. Entonces comprendí lo que había sucedido… Así que no vuelvas a mirarme de esa forma, no te atrevas a juzgarme por mi<span style=""> </span>pelo desmarañado, por mi barba descuidada, por mi aliento y andares de borracho. Yo no soy así, no es culpa mía. Alguien envenenó mis sueños y ya no puedo pensar correctamente... Mejor invítame a otra copa.José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-16664944707539411572007-03-23T18:23:00.000-07:002007-05-05T18:16:01.574-07:00La Mula de Cocaíca<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">La pick-up asciende la colina tan rápido que levanta una gran polvareda. Estoy recostado en la parte de carga, junto con dos cajas de vino que tintinean sacudidas por los baches del camino. Me preocupa que la columna de polvo delate nuestra posición, aunque en seguida comprendo que a nadie le permitirían estar tan cerca de la montaña como para descubrirnos. Me incorporo con la idea de ver mejor el paisaje, sujetando el sobrero con la mano para que no salga volando. Sólo reconozco el río, que es el mismo que pasa por mi pueblo. Prácticamente no se ven árboles, las colinas están peladas y atravesadas por surcos de labranza, donde brotan pequeños tallos verdes. En esta parte de México no hay cultivos de café, ni de maíz, ni de fríjol. Aquí las plantaciones son mucho más rentables. Pero la camioneta ya está reduciendo la velocidad, hasta que se detiene frente a una muralla de color tan blanco que parece cal. Una enorme puerta de hierro se abre ruidosamente. No estoy nervioso, si acaso, un poco mareado.</p><p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt; text-align: justify;">-Tu primo Manuel hablaba con orgullo de ti. </p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Estoy sentado en una mesa de hierro forjado, a solas con Don César. Su aspecto no es tan aterrador como me había imaginado, a pesar de su altura y de que tiene una pistola sobre la mesa. No me mira, observa una copa de cristal que sujeta entre las manos. Las cajas de vino están a sus pies. </p><p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt; text-align: justify;">-¿Por quién lo haces? –pregunta.</p><p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt; text-align: justify;">-Por usted, ha hecho mucho bien a nuestro pequeño pueblo. También por mi madre, ya está viejita y trabaja demasiado.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Parece satisfecho con mi respuesta. Saca una de las botellas de la caja y la descorcha. Llena la copa de cristal hasta la mitad y se queda mirándome fijamente a los ojos, sin decir nada. Su mirada sí que es aterradora. Intento controlar la respiración, pero gruesas gotas de sudor ya resbalan por mi cara.</p><p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt; text-align: justify;">-¿Sabes lo que es un Copero Real? –pregunta y, sin hacer siquiera ademán de esperar mi respuesta, continúa- En la antigüedad, los reyes eran envidiados por su poder y riqueza. Constantemente intentaban envenenarles para usurpar la posición que el propio Dios les había otorgado al nacer. Por eso, la persona de su mayor confianza probaba la comida y la bebida antes que el rey. Eran ampliamente recompensados por su valor y lealtad. Si morían, la familia pasaba a vivir a palacio, recibiendo los más altos honores. Por el contrario, si era descubierto algún engaño, los mataban a todos –hizo una pausa, con sus ojos atravesándome las pupilas- Dime, ¿sabes ahora lo que es un Copero Real?</p><p class="MsoNormal" style="margin-left: 36pt; text-indent: -18pt; text-align: justify;">-Sí, señor –respondo algo agitado- Yo soy el Copero Real.</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Asiente complacido y me acerca la copa de vino, que bebo de un solo trago. Y ya está hecho, acabo de ganar su confianza, de cerrar el pacto. Ahora sólo me queda rezar para que no me detecten en alguno de los retenes militares dentro del país, para conseguir cruzar la frontera sin que me disparen los federales y, sobretodo, para que no me pase como al primo Manuel, que se le reventaron las ampolletas de cocaína en el estómago, justo cuando se las estaba tragando.</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-58113715679924507212007-03-06T11:42:00.000-08:002007-03-21T17:40:17.257-07:00Mediocre<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Al principio la cocaína me era indiferente, pero es que en aquella época yo era un estudiante de empresariales ingenuo y hasta optimista, sin la madurez suficiente para poder apreciar su magia. Iba a la facultad a diario, no porque me interesaran las asignaturas, si no por el ambiente que se formaba en los pasillos. Las partidas de cartas viendo pasar a una chica rubia de camiseta ajustada y caminar flexible; compartir un cigarrillo con las compañeras de clase; planear el fin de semana, expectante si es que había una fiesta o, simplemente, indagando sobre los nuevos antros de la ciudad. Y es que las armábamos buenas, no había sábado que no nos amaneciera. Algunas veces, mis amigos conseguían coca. Se emocionaban alrededor de la pequeña bolsa, abriéndola despacio, las pupilas dilatadas por el fulgor dorado que emitía, chispazos de aquel mito que aseguraba que multiplicaría nuestras capacidades, haciéndonos más graciosos, incluso más atractivos. Aunque el mito nunca llegaba a cumplirse. Las primeras rayas eran divertidas, me volvía simpático y cordial, interesándome sobremanera cualquier charla, cualquier frase. Pero había que seguir metiéndose, sino la conversación decaía, flácida, hasta las palabras parecían derretirse como si fueran de cera. Recuerdo una noche terrible. Se nos había terminado la coca (apuramos los restos lamiendo la bolsa) y, por algún motivo, el bajón que debía aparecer a la mañana siguiente, me golpeó en ese mismo instante, desolador. Las paredes de mi cerebro eran de roca, de pizarra, y empezaba a hacer mucho frío. Un derrumbe, las piedras cayendo descontroladas mientras observo a esa mujer que ahora baila en la pista. Los zapatos de tacón, con una fina tira que sube hasta el tobillo; la piel morena y suavemente depilada; la mini-falda curvándose al ritmo de la música. ¿Cuándo he tenido yo una chica así? Nunca. Pierdo mi tiempo en estos antros, jamás podré tocar a una mujer tan hermosa. ¿A quién quiero engañar? Soy un tipo mediocre, no tengo ni el talento ni la gracia para que se interese por mí. De todas las cosas de este mundo, no podría señalar una que me entusiasme especialmente. Ni siquiera me gusta lo que estudio. Lo elegí porque me lo aconsejaron, porque tenía muchas salidas… Aquellas palabras sonaron demasiado reales. Fue la última vez que esnifé. Un bajón tan grande para qué, ¿para escuchar muy atento las tonterías de algún estúpido? No gracias, la coca no estaba hecha para mí.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Los años se sucedieron siguiendo el orden establecido. Me contrataron en un banco (“has tenido mucha suerte”, solían decir mis amigos, “es un trabajo estable, para toda la vida”) donde me pagaban bastante bien. Me fui a vivir con una chica en un apartamento alquilado. Al principio todo iba bien. En el trabajo, al ser nuevo, cada tarea requería concentración y habilidad, lo cual era estimulante. Las jornadas transcurrían veloces sin tiempo para pensar en nada más. El apartamento era amplio, sobretodo el salón, con unos ventanales enormes por los que entraba mucha luz. Aprovechamos el espacio instalando un televisor gigante con DVD y sistema de sonido con 5 altavoces. Era agradable pasar las tardes de domingo en el sofá, entre cojines y palomitas. De vez en cuando invitábamos a otras parejas a cenar. Nos tomábamos un whiky con hielos después de tirar los restos de la cena en el cubo de la basura y apilar los platos en el fregadero. Así fueron transcurriendo las estaciones y yo callado, observando desde los ventanales la caída de las hojas secas sobre la acera. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Todo tiene un final. La montaña de hojas había crecido tanto que no me dejaba respirar. Un anillo de compromiso, la hipoteca de una casa pensando en los futuros hijos, planes y organización. El trabajo se había convertido en una broma cínica. Cuando eres estudiante no imaginas cuál será tu puesto, a qué te dedicarás exactamente. Tampoco hablan de ello los maestros, perdidos en los cálculos de la pizarra. Para cuando comprendes que vas a pasar toda tu vida entre papeles numerados, en compartimentos estanco de paredes falsas, luces de neón y aire acondicionado permanente, ya es demasiado tarde. Con treinta años, se abría frente a mí un abismo de eterna de resignación, una vida mediocre formada por pequeños instantes de paz. Por suerte, volví a probar la cocaína, y esa vez sí que me gustó. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Había madurado mucho desde la última vez. Sabía de la fragilidad de las palabras, de lo vacío de toda conversación; lo importante ya no era la charla, eran los labios, que recuperaban el tono rojo pasión; y los ojos, que brillaban en miradas cómplices, tocados por la barita de la coca. La vida se llenaba de colores y entusiasmo. Empecé a esnifar cada fin de semana. Después también entre semana. Hasta que llegó el día en que me sentí lo suficientemente poderoso como para mandarlo todo a la mierda. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">He recuperado mi vida. Ya no necesito una mujer, ni una tele, ni una casa grande. Cuando el trabajo se vuelve aburrido, me esnifo dos rayas y se acabó. Además, como me meto a diario, no me dan bajones tan bruscos. Si acaso algunas noches, al acostarme. Siento cómo se atora la mandíbula, cómo las piernas se retuercen, rígidas. Me cuesta respirar y lo paso horrible. Pero sé que es cosa de un momento, hasta que me hagan efecto los tranquilizantes que guardo en la mesilla. Ya no soy un mediocre. Eso es lo único importante. He cerrado la puerta al abismo de la monotonía, confinado en mi pequeño estudio de paredes azules, con un espejo en la mano y una raya de cocaína en medio.</p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-2546937664417855365.post-38400923058232719522007-01-18T15:06:00.000-08:002007-04-17T09:40:59.279-07:00Como al Principio<p class="MsoNormal">Es la mierda de lluvia de siempre, no falla. A las seis en punto las nubes oscurecen la calle y ya pueden verse las primeras gotas sobre la ventana, que no tardan en hacerse más gruesas y formar líneas de agua sobre el cristal. En ese momento la oscuridad es completa, convirtiendo la tarde en una noche sin farolas. Observo mi reflejo, la luz azul de la computadora iluminando el piercing de la ceja izquierda, el pelo negro cayendo sobre la frente y todas esas arrugas de agua a través de mi cara. Y ni una letra sale de mis dedos, ni una frase decente, nada. Es por la lluvia, nunca falla.</p><p class="MsoNormal"><?xml:namespace prefix = o /><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal">Suena el móvil, llama Verónica desde su trabajo. Hemos estado intercambiando mensajes toda la tarde, lo cuál no sucedía desde hacía varios meses, cuando apenas comenzábamos a salir y no dejábamos de decirnos las ganas que nos teníamos. Hoy está alegre, ha pasado muy malos momentos últimamente, los dos hemos pasado malos momentos últimamente, pero hoy está alegre.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt"><o:p></o:p><span style="font-size:+0;">-<span style="FONT: 7pt 'Times New Roman'; font-size-adjust: none; font-stretch: normal"> </span></span>Te amo –es lo primero que dice y yo sonrío porque es justo lo que necesitaba.<span style="font-size:+0;"> </span></p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt"><span style="font-size:+0;">-<span style="FONT: 7pt 'Times New Roman'; font-size-adjust: none; font-stretch: normal"> </span></span>Y yo, princesa. Pensaba en ti ahora mismo.</p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p>Respiro hondo, verdaderamente feliz. Lleva un mes deprimida por algo que dejó olvidado en un rincón oscuro de su pasado. La típica esquina que cuando uno barre para adentro se va llenando de polvo. No sé exactamente de qué se trata, no quiere hablar de ello, pero me alegro de que vaya pasando.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Me encanta sentirte tan alegre, preciosa.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Es por el Tafil.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-¿Tafil?</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Sí, lo agarré de un compañero, lo tenía en su mesa… Necesito tomar algo para salir de esta depresión.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Ah, un antidepresivo…</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Está funcionando, ¿no? Te amo, corazón –Aunque me quedo callado, supongo que sí, que l Tafil está funcionando.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Tengo ganas de compartir una cerveza contigo, bonita, y de tocar tus largas piernas.</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Y yo, mi amor, pero hoy no creo que pueda pasar a verte, tenemos mucho trabajo…</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Ya veo, la campaña de publicidad esa…</p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-LEFT: 36pt; TEXT-INDENT: -18pt">-Sí, tenemos que repetirlo todo… Te hablo luego. Un beso, mi amor, te quiero.</p><p class="MsoNormal">Y yo, preciosa, pero no me da tiempo a decírselo porque cuelga repentinamente. Respiro hondo y esta vez no sé lo que siento. Miro el teclado intentando encontrar alguna palabra en la que ocupar mis manos. Hace frío y tengo puestos los guantes de lana que ella me regaló, con la punta de los dedos cortada para poder escribir con comodidad. Recuerdo perfectamente aquel domingo. Paseábamos por el mercado de Coyoacán tan contentos que ni siquiera nos molestaba la gente que continuamente chocaba con nuestros hombros. No había nada especial en aquella mañana, salvo que estábamos juntos. De repente salió corriendo por una acera llena de puestos, sin decir a dónde iba, tan espontánea como siempre; regresó con los guantes y una gran sonrisa. Para ti mi amor porque te quiero. Y yo a ti, preciosa.</p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal">Las letras no salen, es inútil. Busco unas fotos en la pantalla del ordenador, fotos de Verónica, claro. Me las envió a la semana de conocernos y sale abrazada de un chico distinto cada vez. Habla constantemente de ellos y por eso conozco las historias detrás de las fotos. Incluso puedo recorrerlas a través de su piel, parando en cada tatuaje que se hizo con los nombres que significaron. Ni me importó entonces, ni lo hace ahora. Lo que observo es su sonrisa, delicada, poderosa. En todas igual, la boca ladeada a la izquierda, el pelo negro cayendo suavemente sobre un hombro y los ojos que parecieran más grandes que la cara. Es tan hermosa. Ella dice que no, que se ve fea, que ya no está tan bonita como antes. En las fotos sigue igual que en mi recuerdo. </p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal">Hemos charlado mucho últimamente. Intento que me explique qué le sucede, la quiero y sé que puedo ayudarla, pero no me cuenta qué le sucede. Esas miradas tristes, días enteros encerrada, sin querer verme, sin salir de su cama. Me cuesta aceptar que, teniéndome al otro lado del teléfono, no me llame cuando se siente deprimida. Aunque lo peor es cuando la abrazo y llora, cuando pasamos horas enteras uno frente al otro sin hablar, casi sin mirarnos. Me pregunto por qué no es suficiente mi amor para sacarle una sonrisa. A mí me basta. He pensado muchas veces en dejarla, en buscarme otra mujer que sepa apreciar mi cariño. Pero con quién me iría, ¿acaso no volvería a suceder lo mismo? Prefiero esperar, creo que merece la pena esperar. Lo único que busco es que vuelva pronto la sonrisa de medio lado tan hermosa, la que tiene en todas las fotos que me envió a la semana de conocernos. </p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal">El móvil está sobre la mesa. Te quiero, bonita, con Tafil y sin él, Te amo. Lo envío y me quedo esperando la respuesta. La pantalla del ordenador tiembla con todas esas letras en negro parpadeante que no significan nada. Es una espera que se hace larga. Mientras, pienso en lo poco que he escrito últimamente. En verdad, desde hace más de un mes no he escrito nada. Las letras simplemente desaparecieron de mis dedos. Mua, su mensaje es un beso virtual. Para hoy no está previsto uno real, así que me conformo con eso. Quizá mañana. Puede que mañana nos veamos, y puede que también escriba algo. Me tumbo en el cuarto viendo la lluvia resbalar sobre el cristal de la ventana. Es seguro que no amainará en toda la noche, pero no me importa, esperaré a que las gotas dejen de caer. Y después no sé… puede que después volvamos a enamorarnos.<span style="COLOR: rgb(204,255,255)"><o:p></o:p></span></p>José Úzquizahttp://www.blogger.com/profile/16613850617176523557noreply@blogger.com